Esta fue una peregrinación única y memorable en la historia de mi existencia como peregrino en esta tierra (podría decir que comenzó hace un par de meses, cuando llegué de Indonesia para residir en Santiago de Compostela).
Fue una peregrinación que se caracterizó con la llegada constante y continua de una inmensa alegría. Mi corazón estaba realmente bendecido por haber experimentado este tipo de alegría. Una alegría, que creo firmemente, floreció no sólo de la realidad de que era mi primera experiencia en este tipo de viaje. Más bien fue que categóricamente surgió de una experiencia fundamental, la experiencia de un encuentro y de una presencia.
Personalmente sentí y me encontré con la presencia de Dios en cada uno de nosotros, como peregrinos hacia una misma meta. Sentí la omnipresencia de Dios en la belleza de la naturaleza, pero sobre todo reconocí su presencia en los acontecimientos ordinarios y en las pequeñas experiencias vividas durante el Camino.
También aprendí algunas lecciones importantes a través de la relación con mis compañeros peregrinos. Experimenté la esperanza en su firme compromiso de seguir caminando a pesar de los sufrimientos y dificultades. Experimenté la caridad en su generosa disponibilidad para compartir sus sonrisas, su tiempo y sus historias. Experimenté también la fe en sus oraciones, en su silencio, en sus reflexiones personales y en sus testimonios sobre el amor de Dios.
Verdaderamente Dios estaba allí en el Camino. Nos habló y compartió su amor y su vida con cada uno de nosotros.
Eduardus Jebar,
(Edu)
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