INTRODUCCIÓN
¡Pues claro que hay que rezar! Pero, ¿cómo se
reza?
Un incomparable maestro de oración, el mejor de
toda la historia, es Jesús: él es el orante por antonomasia.
Jesús en oración es todo un abismo, algo que raya
en el misterio.
¿Y cómo nos enseña a rezar?
Nos dejó el PADRENUESTRO.
Y nos recomendó que no rezásemos “como los
hipócritas, que gustan de rezar erguidos en las sinagogas y en las esquinas de
las plazas, para que la gente los vea” (Mt 6,5); ni tampoco como los paganos,
“que, a base de mucha palabrería, creen que son escuchados…” (Mt 6,7).
Son estas algunas pistas para una escuela de
oración.
Pero Él, sobre todo, rezaba. Y porque es difícil
traducir en palabras la propia experiencia, y porque, además, las experiencias
se comparten, Jesús nos enseña a rezar, sobre todo, rezando.
Cierto día, se hallaba Jesús en oración. Cuando
hubo terminado, uno de los discípulos le rogó: “Señor, ¡enséñanos a orar también a nosotros!” (Lc 11,1). Se había
quedado fuertemente impresionado al ver a Jesús absorto en la contemplación del
Padre. Era casi un pecado interrumpirlo, por eso había esperado a que Jesús
terminase su oración y se levantase. ¡Saber ver a Jesús como modelo de todo, pero
sobre todo, de oración! ¡Poder acercarnos a ese abismo insondable que es Jesús
rezando! Brotan, enseguida, nuevos y variados acentos, tintes muy diversos de
esa relación amorosa suya con el Padre: adoración, agradecimiento, alabanza y
bendición, aclamación, entrega,… la oración es todo eso. Cada situación es un
camino nuevo en la relación con Dios, y le da a aquella un tono diferente. Pero
es siempre relación con Aquél que nos ama; con Aquél que nos hizo el regalo de
oración por medio del Espíritu Santo, el cual intercede sin cesar por nosotros
“con gritos inefables” (Rm 8, 26); el regalo de esa llama que arde
permanentemente en nuestro interior y que exige que sea vivificada con nuestra
propia oración.
Por eso, los santos han ido modelando su propio
estilo de oración conforme al de Jesús, el orante divino, hasta conseguir que
esa llama tintineante que desprende Amor en lo más profundo de su ser, luzca
permanentemente. Y, al igual que Jesús, se fueron convirtiendo en oración
viviente.
También San
Jerónimo Emiliani fue una oración viviente. “Si falta la piedad, lo faltará todo”: es, como todas las suyas,
una expresión desnuda y esencial, pero eficacísima. La encontramos en una de
sus Cartas; va dirigida a sus compañeros, pero también nos vale a cuantos, hoy,
nos acercamos a él tratando de descubrir algún aspecto de su riquísimo mundo
interior. La piedad es la unión
amorosa con Dios, de la que brota una vida de felicidad al Señor. Es el fruto
de todo un camino de oración.
Este camino que nos ha trazado San Jerónimo es uno
de los más ricos. Queremos recorrerlo juntos, asomándonos a él como a través de
unos tragaluces que nos irán desvelando las más variadas y atrayentes
tonalidades con las que el Espíritu Santo, llevándolo de la mano, ha querido
adornarlo.
P. MARIO VACCA, CRS
No hay comentarios:
Publicar un comentario