miércoles, 12 de marzo de 2014

UN HOMBRE DE ORACIÓN: SAN JERÓNIMO EMILIANI (1)



UN HOMBRE DE ORACIÓN: SAN JERÓNIMO EMILIANI



INTRODUCCIÓN

¡Pues claro que hay que rezar! Pero, ¿cómo se reza?

Un incomparable maestro de oración, el mejor de toda la historia, es Jesús: él es el orante por antonomasia.
Jesús en oración es todo un abismo, algo que raya en el misterio.

¿Y cómo nos enseña a rezar?
Nos dejó el PADRENUESTRO.

Y nos recomendó que no rezásemos “como los hipócritas, que gustan de rezar erguidos en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que la gente los vea” (Mt 6,5); ni tampoco como los paganos, “que, a base de mucha palabrería, creen que son escuchados…” (Mt 6,7).
Son estas algunas pistas para una escuela de oración.

Pero Él, sobre todo, rezaba. Y porque es difícil traducir en palabras la propia experiencia, y porque, además, las experiencias se comparten, Jesús nos enseña a rezar, sobre todo, rezando.

Cierto día, se hallaba Jesús en oración. Cuando hubo terminado, uno de los discípulos le rogó: “Señor, ¡enséñanos a orar también a nosotros!” (Lc 11,1). Se había quedado fuertemente impresionado al ver a Jesús absorto en la contemplación del Padre. Era casi un pecado interrumpirlo, por eso había esperado a que Jesús terminase su oración y se levantase. ¡Saber ver a Jesús como modelo de todo, pero sobre todo, de oración! ¡Poder acercarnos a ese abismo insondable que es Jesús rezando! Brotan, enseguida, nuevos y variados acentos, tintes muy diversos de esa relación amorosa suya con el Padre: adoración, agradecimiento, alabanza y bendición, aclamación, entrega,… la oración es todo eso. Cada situación es un camino nuevo en la relación con Dios, y le da a aquella un tono diferente. Pero es siempre relación con Aquél que nos ama; con Aquél que nos hizo el regalo de oración por medio del Espíritu Santo, el cual intercede sin cesar por nosotros “con gritos inefables” (Rm 8, 26); el regalo de esa llama que arde permanentemente en nuestro interior y que exige que sea vivificada con nuestra propia oración.

Por eso, los santos han ido modelando su propio estilo de oración conforme al de Jesús, el orante divino, hasta conseguir que esa llama tintineante que desprende Amor en lo más profundo de su ser, luzca permanentemente. Y, al igual que Jesús, se fueron convirtiendo en oración viviente.

También San Jerónimo Emiliani fue una oración viviente. “Si falta la piedad, lo faltará todo”: es, como todas las suyas, una expresión desnuda y esencial, pero eficacísima. La encontramos en una de sus Cartas; va dirigida a sus compañeros, pero también nos vale a cuantos, hoy, nos acercamos a él tratando de descubrir algún aspecto de su riquísimo mundo interior. La piedad es la unión amorosa con Dios, de la que brota una vida de felicidad al Señor. Es el fruto de todo un camino de oración.

Este camino que nos ha trazado San Jerónimo es uno de los más ricos. Queremos recorrerlo juntos, asomándonos a él como a través de unos tragaluces que nos irán desvelando las más variadas y atrayentes tonalidades con las que el Espíritu Santo, llevándolo de la mano, ha querido adornarlo.

P. MARIO VACCA, CRS

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