miércoles, 19 de marzo de 2014

UN HOMBRE DE ORACIÓN: SAN JERÓNIMO EMILIANI (7)



6.– Orar siempre, incluso por la calle.

El pasaje evangélico de Cristo peregrino por la calzada de Emaús, explicando las escrituras que se referían a él, resulta, sencillamente, fascinante cada vez que uno lo vuelve a leer.
Y ha fascinado también a Jerónimo Emiliani, que en él ha encontrado nuevos matices para su oración. Gran parte de su oración, Jerónimo la realiza por la calle. Escribe a sus compañeros: "Rogad a Cristo Peregrino diciéndole: ¡quédate con nosotros, Señor, que se hace tarde!".

Orar es "pensar en Dios con amor", es sentirse arropados por su amor. Es dirigirse con alegría y estupor a esa Divina Presencia que está continuamente en nosotros: "Vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 23). Por eso, para orar, basta con una mirada amorosa, que se pose incesantemente en Dios. Y esto puede ocurrir en cualquier lugar: por la calle, en el lugar de trabajo o en clase, jugando o conduciendo, en el plácido silencio de la naturaleza, en el frenético ajetreo de una fábrica o en el bullicio de un mercado.

La calle, que remarca la monotonía del camino con el rítmico son de las pisadas, favorece casi de manera automática la oración vocal, sobre todo si es breve y sencilla. Gran parte de la existencia de Jerónimo Emiliani transcurre caminando, por la calle. Ha pateado todo Véneto y Lombardía, unas veces solo, otras, con sus huérfanos. El Rosario, las Letanías a Nuestra Señora, el canto pausado de la Salve acompañaban, acompasándolos, sus pasos de viandante y peregrino de la caridad. La cruz, enarbolada a la cabeza del cortejo, en las manos de uno de los muchachos, daba a aquella pequeña comitiva de chiquillos, seguidos por el padre, un aire de peregrinos orantes.

¿Que eran otros tiempos?
Ya. Pero es que cuando uno siente a Dios a su lado, cuando percibe, gozoso, en su interior, su Presencia –presencia que colma y da sentido a su vida–, entonces, dirigirse al Señor y hablar con él donde sea, incluso por la calle, se convierte en algo totalmente natural, como para un niño agarrar afectuosamente la mano de su madre, que camina a su lado...

¿Y no es la Iglesia una comunidad de hermanos que, sostenidos por la oración y la esperanza, caminan por las calles del mundo, en busca de cielos nuevos y de tierras nuevas, con Cristo –crucificado, resucitado y glorioso– a la cabeza?

Padre Mario Vacca, crs

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