martes, 18 de marzo de 2014

UN HOMBRE DE ORACIÓN: SAN JERÓNIMO EMILIANI (6)




5.– Orar es edificar la Iglesia.

Ir descubriendo a Cristo hace que descubramos también a los demás.
Y al descubrir a Cristo y a los demás, descubrimos también a la Iglesia, esposa de Cristo, cuerpo de Cristo. La iglesia es Madre. Una madre que, en la época que le toca vivir a Jerónimo, estaba siendo vilipendiada por algunos de sus hijos. La herejía de Lutero había arrancado del seno de esta Madre regiones enteras del norte de Europa. Y ya no siempre resplandecía, sobre la frente de esta Madre, la perla de la santidad, empañada como estaba por tantas miserias.

Jerónimo no juzga. Ama. Contempla a Cristo, presente en su Esposa; para él será siempre inmaculada y limpia, incluso cuando se ve ensombrecida por la fragilidad de las personas que ella acoge en su seno.

Ama a la Iglesia, y por la Iglesia ora sin descanso. Hace que, a diario, rueguen también por ella sus huérfanos; y los compañeros que, uno tras otro –varios de ellos nobles como él–, se han ido uniendo a su causa, atraídos por su amor a Cristo y al prójimo. Y acostumbra a rezar así: "Dulce Padre nuestro, Señor Jesucristo, te rogamos, por tu infinita bondad, que vuelvas a conducir a la Cristiandad al estado de santidad que tuvo en tiempos de tus santos Apóstoles".

La oración edifica la Iglesia; hace que crezca su fidelidad a Cristo.

A quien reza no se le ocurrirá jamás señalar con el dedo a la Iglesia; al contrario, sufre por ella, reza por ella, para que sea cada vez más fiel a Cristo. Por ella reza y trabaja, para que ese amor por Cristo, su Esposo, que la inflama por completo, se manifieste cada vez más puro.

Padre Mario Vacca, crs



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