5.– Orar es edificar la Iglesia.
Ir descubriendo a Cristo hace que descubramos
también a los demás.
Y al
descubrir a Cristo y a los demás, descubrimos también a la Iglesia, esposa de
Cristo, cuerpo de Cristo. La iglesia es Madre. Una madre que, en la época que
le toca vivir a Jerónimo, estaba siendo vilipendiada por algunos de sus hijos.
La herejía de Lutero había arrancado del seno de esta Madre regiones enteras
del norte de Europa. Y ya no siempre resplandecía, sobre la frente de esta
Madre, la perla de la santidad, empañada como estaba por tantas miserias.
Jerónimo no
juzga. Ama. Contempla a Cristo, presente en su Esposa; para él será siempre inmaculada
y limpia, incluso cuando se ve ensombrecida por la fragilidad de las personas
que ella acoge en su seno.
Ama a la Iglesia,
y por la Iglesia ora sin descanso. Hace que, a diario, rueguen también por ella
sus huérfanos; y los compañeros que, uno tras otro –varios de ellos nobles como
él–, se han ido uniendo a su causa, atraídos por su amor a Cristo y al prójimo.
Y acostumbra a rezar así: "Dulce Padre
nuestro, Señor Jesucristo, te rogamos, por tu infinita bondad, que vuelvas a
conducir a la Cristiandad al estado de santidad que tuvo en tiempos de tus
santos Apóstoles".
La oración edifica
la Iglesia; hace que crezca su fidelidad a Cristo.
A quien reza
no se le ocurrirá jamás señalar con el dedo a la Iglesia; al contrario, sufre
por ella, reza por ella, para que sea cada vez más fiel a Cristo. Por ella reza
y trabaja, para que ese amor por Cristo, su Esposo, que la inflama por
completo, se manifieste cada vez más puro.
Padre Mario Vacca, crs
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