7.- Orar es tender la mano a Dios en actitud
suplicante
"¿Qué padre, entre vosotros, si su hijo le
pide pan, le dará una piedra, o si le pide un pez le dará una serpiente, o si
le pide un huevo le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, dais a vuestros
hijos cosas buenas, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a
quienes se lo pidan!" (Lc 11, 11-13).
Orar es pedir. Pedir con confianza y con humildad.
"Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad
y se os abrirá" (Lc 11, 9).
La verdadera oración hace que sintamos a Dios como
Padre y que, por eso, tendamos nuestras manos hacia él, para pedirle todo
aquello que necesitamos, lo mismo que el pobre tiende la mano al rico.
San Jerónimo se siente, a menudo, como el pobre
que tiende la mano a Dios. Necesita colaboradores que lo ayuden en el servicio
a los huérfanos: "Pidamos al Padre que mande obreros...".
A un amigo suyo que se muestra bastante reacio a
la acción santificadora de la gracia de Dios, la cual le está exigiendo la total
entrega de sí mismo, le escribe: "Pedid a Dios que os haga la gracia de
poder conocer bien su voluntad; pues parece que él quiere algo de vos, mas tal vez
vos no os queráis enterar". Es Dios mismo quien desbarata nuestros planes.
Y sólo la oración nos dispone para acoger los suyos con total apertura, incluso
cuando éstos exigen una entrega incondicional.
La oración de impetración no permite que nos presentemos
solos ante el Señor. Al igual que Cristo, que se presentaba ante el Padre y le
hablaba amorosamente de todos los que habían creído en él –"Padre mío, te
ruego por aquellos que me has confiado"–; y durante la oración seguía
recordando a los suyos y sus dificultades futuras –Marcos 6, 46-48–, San
Jerónimo, cuando reza, también hace que desfile por su mente una larga lista de
nombres: amigos, benefactores, seres queridos… Sirvan de muestra algunos
párrafos de la súplica afectuosa, compuesta por él, que tiene la cadencia de
una larga letanía:
"Por todos nuestros Padres sacerdotes,
presentes y ausentes; por aquellos que aún han de entrar a formar parte de esta
Obra.
Por todos estos hermanos nuestros a los que hemos
sido llamados a servir: que el Señor nos conceda servirlos en perfecta caridad
y con grandísima humildad y paciencia.
Por todos cuantos colaboran con nuestra Obra,
aconsejándonos y socorriéndonos.
Por los que se encomiendan a nuestras oraciones y
por cuantos rezan a Dios por nosotros.
Por aquellos por los que tenemos la obligación de
rezar; por nuestros amigos y por nuestros enemigos.
Por todos los fieles difuntos.
Por nuestros padres, hermanos y hermanas; por
nuestros familiares y amigos…"
¡Nadie se escapa de esta entrañable lista!
Querer
de verdad a alguien significa encomendarlo a Dios.
Jerónimo
Emiliani cree profundamente en la "comunión de los santos": cree que,
por esa misteriosa circulación de la vida divina, el beneficio de la oración alcanza
puntualmente a todos aquellos por los que rezamos: "No dejamos de
recordaros en nuestras oraciones"; o: "Rogad a Dios por mí". Del
mismo modo actuaba Moisés cuando, en el monte, suplicaba a Dios por su pueblo.
La actitud de Moisés rezando en el monte –Éxodo 17, 11–con los brazos
extendidos, ejerce un atractivo especial sobre San Jerónimo. En una carta a sus
compañeros alude con toda claridad a este pasaje bíblico de Moisés, que, con
los brazos levantados, intercede por su pueblo, mientras éste combate contra
los enemigos del Señor. Esto es lo que escribe: "Mi alejamiento es sólo
aparente, pues jamás dejo de recordaros en mis oraciones. Y aunque no estoy con
vosotros el campo de batalla, oigo el estruendo de la pelea y alzo mis brazos
en oración cuanto puedo".
También
Jesús suplicó al Padre por su amigo muerto, Lázaro, al que quería con todo el
corazón. Y en la Cruz, pidió por los que lo crucificaban.
Padre Mario Vacca, crs
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