jueves, 13 de marzo de 2014

UN HOMBRE DE ORACIÓN: SAN JERÓNIMO EMILIANI (2)


1.  Orar es dirigirse a Dios desde cualquier situación de la vida.
Una oscura cárcel, en el fondo de una torre bañada por las aguas del río Piave. Jerónimo Emiliani, capitán de la Serenísima de Venecia, que ocupaba un puesto clave en la defensa de Treviso, es capturado por los soldados del general La Palisse, durante la Guerra Santa que varios Estados europeos han desencadenado para humillar a Venecia, y arrojado allí el 27 de agosto de 1511.

Su vida había sido una especie de danza frenética llena de intereses y diversiones. Muchos los ídolos que lo han fascinado. Ídolos que, ahora, caídos para siempre, reaparecen en la oscuridad de aquella cárcel en la que se ve sometido a una desesperada reflexión, porque unos enormes cepos en los pies y una pesadísima bola de mármol al cuello lo fuerzan a mirar al suelo; a él precisamente, que siempre había mirado a todo el mundo desde arriba: a los demás, para humillarlos; a la gloria, para emborracharse de ella…

Con todo, un recuerdo se le dibuja con más nitidez que otros: la imagen de su madre enseñándole a rezar, cuando era pequeño.

La oración puede brotar de cualquier situación en la que se encuentre el hombre. A menudo es una súplica desde la tribulación, o una invocación desde el miedo, o esperanza en la noche de la desesperación. Y es oración siempre que cada una de esas situaciones se viva con autenticidad ante Dios, el cual es Padre…

La oración de Jerónimo en la oscuridad de la cárcel es justamente eso: súplica, invocación, esperanza. Y la dirige a María. Es más sencillo y resulta mejor dirigirse a Ella. Cristo nos la ha dejado como Madre. Siempre hay una madre cuando empieza una vida; y también cuando empieza un camino de oración. ¿Habrá sido el Avemaría la oración de Jerónimo? ¿O sería una oración sin palabras? Jerónimo prefirió llevarse con él el secreto de las vivencias brotadas a lo largo de aquel mes interminable. Pudo haber sido una cosa y la otra: oración con palabras y oración sin ellas. Cuando el corazón está que rebosa, no es nada fácil hallar una vía de escape para la crecida desbordante del dolor, retenida por el dique de la impotencia humana. Es la súplica que surge de la desesperación, la oración que uno hace cuando uno ya no sabe qué hacer. Es el primer paso. Pero es verdadera oración. Así habrá de rezar más adelante, con el pasar de los años: “Confiémonos a Nuestro Señor Jesucristo y pongamos sólo en Él nuestra esperanza, puesto que quienes esperan en Él no se verán defraudados... y para obtener esta santa gracia, acudamos a la Madre de todas las gracias, diciendo: Dios te salve, María…”.

Es como el eco de una vieja experiencia, que ha dejado en su corazón una huella imborrable.

Padre  Mario Vacca, crs

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