8.– La oración callada del corazón que ama
Orar es "tratar con Dios como con padre y
como con hermano y como con señor y como con esposo" (Sta. Teresa, Camino
de perfección 28, 3).
"La oración no es otra cosa sino tratar de
amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama "(Sta.
Teresa, Libro de su Vida 8, 5).
En el mismo siglo en el que santa Teresa de Jesús,
deslumbrada por los destellos de luz del Espíritu, escribe su camino de
oración, para guía de las almas deseosos de una más intensa experiencia de Dios,
San Jerónimo Emiliani vive, bajo la acción de ese mismo Espíritu, una de las experiencias
íntimas de oración más maravillosa.
La prueba clarísima de que un alma avanza por el
camino de la oración la ofrece ese gozo que experimenta al estar a solas con Aquél
de quien tiene la completa seguridad de que le ama. La oración es, entonces, algo muy fácil, pobre
en palabras pero sobrada en dulces efusiones de ternura. Consiste en sentirse
amados y en pagar con amor. Y entonces se percibe la serena y, a la vez,
abrumadora invasión del amor de Dios. Y, como consecuencia, va apareciendo la
necesidad de permanecer más tiempo, largo tiempo, en soledad con el Señor. La
relación que se establece entre Dios y el alma es una verdadera relación
nupcial.
La noche, con su silencio cómplice, parece crear
el clima más adecuado para vivir esta experiencia. A menudo Jesús escogía,
efectivamente, la noche para poder saborear, sin molestias y en su plenitud,
esa relación de vital comunión con el Padre. Y el mismo san Jerónimo, que por
el día se entregaba totalmente al servicio de los pobres, pasaba la mayor parte
de la noche en la contemplación de su Señor.
"Tú, cuando reces, entra en tu habitación,
cierra la puerta y ora a tu Padre, que ve en lo secreto" (Mt 6, 6). Jerónimo
Emiliani se cierra en una habitación sin puertas; una pequeña gruta, en un
lugar apartado del monte. Hasta allí no llega el ruido. Sólo el rumor de las
hojas sacudidas por el viento acompaña, a modo de música de fondo, sus efusiones
de amor a Dios. La tradición ha dado en llamar "éremo" [yermo] a ese
lugar.
A estas alturas ha sobrepasado ya, en su camino de
oración, la barrera del sonido que suponen las palabras... Su oración está hecha
de largos silencios, de gestos de una ternura inmensa: es la oración del
corazón que ama intensamente. Dos personas que se aman, comunican, a través del
silencio, las más vivas muestras de su afecto. Aunque a veces, la ternura
recurre también a las palabras: expresiones muy breves pero muy fogosas; rayos
de luz, que nos permiten entrever el fuego del corazón. Nos las transmiten sus
biógrafos. Y son de su puño y letra, surgidas en aquel silencio nocturno, en
medio de aquella oscuridad, ilumina por el continuo encenderse de luces interiores.
Expresiones todas que se habían vuelto familiares para él:
"¡Oh buen Jesús, amor mío...!" "¡Dulcísimo
Jesús!" "¡Benignísimo Señor...!"
Retazos de estas experiencias inenarrables se le
escaparán también cuando se vea en la necesidad de reclamar al fervor y a la
fidelidad de su entrega a Cristo a algunos compañeros que empezaban a flojear:
"¿Es que no saben que se han ofrecido a Cristo?" Y les recuerda el
camino para recuperar el fervor de la primera hora: "Que sean constantes en
la oración a los pies del Crucifijo".
Para
penetrar en el misterio de la altísima contemplación alcanzada por san Jerónimo
no hay más que hacer lo que él hizo: postrarse ante Jesús Crucificado y dejar
que hable... Ir vaciando, poco a poco, nuestro corazón de todo cuánto lo
atranca; creer en su amor infinito y dejarse invadir por él. Hasta que todo nuestro
ser, insensiblemente endurecido, caiga en amorosa adoración y en la plena aceptación de
la voluntad de Dios.
Padre Mario Vacca, crs
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